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jueves, 31 de diciembre de 2020

El fuego (XXXIV) Los seismos y el fuego


Historia del fuego

      Los terremotos, generalmente seguidos de incendios, incrementan la catástrofe inicial, aumentando el número de víctimas y pérdidas materiales que el seísmo en sí no hubiese provocado. El terremoto de Mesina, Italia (1908) 150 mil muertos; Kansú, China (1920) 180 mil; Chillán, Chile (1939) 40 mil; Región norte, Perú (1970) 66.800 muertos; Tangshang, China (1976) 176.500; Bucarest, Crayovva, Rumania (1977) 3.873 muertos, etc., son algunos de los cientos de miles de terremotos que han conmocionado sucesivamente diferentes zonas del planeta desde la antigüedad y que en la mayoría de casos significaron mayores tragedias por la secuela de incendios tras los seísmos.

     Además de lo destruido directamente por el terremoto en San Francisco (1906), más de setenta focos de incendio se propagaron por toda la ciudad que ardió durante tres días con sus noches. Los incendios provocados por cortocircuitos, fugas de gas que deflagraban al aire por las tuberías rotas, cocinas encendidas, etc., no pudieron ser combatidos por falta de agua, destrozadas también las canalizaciones de conducción. A falta de agua, los bomberos emplearon dinamita para evitar la propagación del fuego y a la tercera carga, el comandante Doughts, del cuerpo de bomberos de San Francisco, tuvo que desistir, pues las explosiones hacían saltar por los aires materiales ardiendo: vigas, muebles, maderos, etc., propagando el fuego a considerables distancias y no quedando otra solución que retroceder.
    En Tokio, el terremoto de 1923 causó 150 mil muertos y los incendios destruyeron completamente la ciudad. La rotura de los conductos de gas y los cortocircuitos, unidos a la hora del día donde en millones de hogares se preparaba la comida del mediodía, hicieron que los temblores del suelo volcasen los fogones encendidos, aumentando los incendios y apoderándose el pánico de las gentes. En Yokohama, los grandes depósitos de hidrocarburos almacenados en el puerto reventaron al segundo temblor de tierra y la ciudad se convirtió en un infierno. El petróleo desparramado en millones de litros, se esparció tumultuosamente por los canales y el río Osaka, y en su recorrido se inflamó fácilmente. Aquella lengua de fuego sobre el río provocó una hoguera dantesca. El calor asfixiante obligó a las gentes a lanzarse al mar donde pasaron la noche con el agua hasta el cuello. El 80% de los edificios que había respetado el seísmo fueron destruidos por las llamas, y en total se contabilizaron, como se ha dicho, 150 mil muertos, además de miles de heridos.
    Los terremotos se "disparan" un millón de veces al año y de éstos, 150 mil temblores de tierra son perceptibles. De 2 a 3 alcanzan un potencial de destrucción. El continente más afectado es Asia, donde solamente en Nagoya (Japón), suelen detectarse 260 temblores anuales por término medio. En segundo lugar le sigue América, siendo la región andina, con un plegamiento joven (70 millones de años), la zona de mayor actividad. La medida de magnitud que hoy se emplea para medir la fuerza de los seísmos, recorre del valor 0 (límite de sensibilidad del aparato) hasta 8,6 (el valor más alto medido hasta la fecha). En el transcurso de la historia, el terremoto seguido de incendios que produjo mayor número de víctimas, fue el que tuvo lugar en China en 1556 (800.000 muertos). Los seísmos que han dejado mayor recuerdo son los que causaron mayor número de víctimas humanas.
    Los grandes incendios habidos de seísmos que les antecedieron, representan para situaciones similares, pérdidas dispares en diferentes partes del mundo. La densidad media de población, la hora en que se produce el seísmo, y las costumbres locales, son importantes para los incendios que sobrevendrán. Igualmente, las consecuencias del seísmo afectarán la zona, según la naturaleza del terreno y tipo de resistencia del subsuelo.
    Entre las teorías en naturaleza sísmica de los filósofos antiguos (griegos y romanos), los temblores de tierra podían tener origen ígneo (hipótesis del fuego) admitiéndose que en las profundas oquedades de la Tierra existían grandes focos de combustión y que, por consumo de materiales, provocaban caídas de masas internas, formando agrietamientos en la corteza, que a su vez eran notados sobre la superficie de la Tierra. Durante los largos siglos de la Edad Media, los seísmos siguen considerándose signo de funestos presagios, el fin del primer siglo de nuestra era se cree va a ser también el fin del mundo y gentes en toda Europa se preparan para morir. La única observación seria en Sismología, son las predicciones astrológicas, como el manuscrito griego del siglo XI de la Biblioteca Laurentina, que describe en amplia exposición, la situación de los planetas siderales, favorables o no a la producción de terremotos.
    Hoy geológicamente se sabe que los seísmos no son catástrofes, sino oscilaciones necesarias para el perfecto equilibrio del globo terráqueo. Si hemos de conservar el equilibrio de nuestro planeta, deberá haber siempre movimientos sísmicos. Un planeta sin temblores haría peligrar la vida. En largos períodos de tiempo, la sedimentación cubriría los océanos, mares y ríos y a falta de desnivel por no fluir, se agotarían. Toda la Tierra se convertiría en una gran zona pantanosa y aguas en desecación. Las montañas desaparecerían en millones de años, rellenando los mares.


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