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jueves, 31 de diciembre de 2020

El fuego (XXVII) El culto al fuego (1ª parte)


Historia del fuego


    El culto divino al fuego nace cuando el hombre lo considera elemento indispensable para su vida. Dado que representa un costoso trabajo conseguirlo, lo mantiene en lugares de fácil acceso y para todo aquél que lo precise. Después mitos y religiones asignarán al fuego un lugar preferente en sus ritos, cultos o liturgias, e incluso en religiones avanzadas, el fuego se venerará como símbolo de otras formas. Los antiguos egipcios mantenían fuego permanente en cada templo; los persas tenían fuego sagrado en los altares de Pasagardas, fuego encendido aún hoy, en los templos mazdeístas del Irán moderno, la más antigua de las religiones monoteístas del planeta. En Roma y sus provincias, la extinción del fuego sagrado en el templo de Vesta, producía la paralización de la vida ciudadana. Cuando Grecia enviaba a sus tropas a fundar colonias, los conquistadores tomaban fuegos encendidos del altar de Hestia, que ardía en las nuevas provincias y era representativo del fuego sagrado de la metrópoli.


   En Asia, a Foudo, dios popular japonés, se le representaba rodeado de llamas, como custodio de la fe jurada y el acusado que le invocaba estaba obligado a probar su inocencia, pasando tres veces sobre una alfombra de ascuas sin quemarse. Antes de la aparición de Confucio en China, se veneraban cinco planetas y entre ellos Marte (HoSing) se le llamaba la estrella de fuego. La religión budista practica la creencia de "los diez infiernos". Cada uno de ellos castiga las culpas según su gravedad y con fuego se expía las más importantes. El sintoísmo, religión oficial del Japón, menciona en sus principales textos al dios del Fuego, cuya esposa y diosa murió durante un alumbramiento y el padre, atormentado, decidió matar al hijo recién nacido, pero a cada tajo de espada, nacía otro fuego. Según el budismo, cuando murió Buda el cielo se nubló y la Tierra se entristeció, el cuerpo se tendió sobre una pira de maderas aromáticas, pero nadie se atrevía a encender el fuego purificador, hasta que del pecho del dios brotó el fuego que consumió su cadáver. Las más antiguas tribus indonésicas consideraban a la serpiente como única poseedora del fuego, hasta que cierto día un joven halcón hizo frente a la serpiente unas piruetas con tal gracia, que la serpiente admirada abrió la boca, entonces el fuego se escapó y pasó a dominio de todos.
   En las islas de Samoa se practicaba la creencia del mundo nacido de un gran pulpo con dos hijos: el fuego y el agua y los dos hermanos mantuvieron entre sí una feroz lucha, venciendo el agua al fuego.
   Un mito polinesio también muy antiguo relata las luchas de Maui contra Mahu-ika, guardián del fuego, hasta que aquél vence y entrega el fuego a los humanos. En la India se veneraba a Pramathyus, que después quedó plasmado en fábula y cuyo nombre en sánscrito (Pramatha) significa "aquel que obtiene el fuego frotando". El védico y adorado dios hindú Agni, es la divinidad representativa del fuego celestial, símbolo de los cuerpos y origen de la vida y en la mitología brahmánica india, el dios Siva, principio destructor y renovador, vomita fuego. En Persia se adoraba también a un dios único, que simbolizaba el fuego, cuyo nombre era Behran; en los templos persas primitivos y en las urnas donde ardía el fuego sagrado, se espolvoreaban perfumes, pero sólo podía hacerse con el rostro tapado para evitar que el aliento lo ensuciase. También los zoroastrianos mantenían fuego sagrado en sus viviendas.
   En África la cosmogonía etíope era representada por el dios Assabinus, divinidad que favorecía las cosechas y el pueblo agradecía quemando canela en sus templos y con cuyo humo el dios se alimentaba. En Egipto, Phtá era el dios del fuego y se simbolizaba con un martillo en la mano, con el que había construido el mundo. Igualmente en la antigua teogonía egipcia se había ya ideado el infierno eterno para castigar el mal en los hombres y el cielo para recompensar a los buenos, anticipándose unos 2.000 años en ese sentido al cristianismo. En Fenicia se adoraba a Baal o Moloch y este dios solar con cabeza de toro y busto humano, personalizaba al fuego, en cuyo cuerpo ardía eternamente. Los fenicios, hábiles navegantes, extendieron sus creencias por el litoral mediterráneo donde fundaron colonias importantes como Cartago. Igualmente el simbolismo del fuego se encuentra en la religión islámica, cuyo punto de partida fue el Corán, obra de Mahoma. El islamismo, nacido en Arabia, se extendió rápidamente por Asia y todo el norte de África tras la muerte de Mahoma en 632. Entre los darnaras de África del Sur, existía también la institución del fuego sagrado en los hogares, a cargo de las hijas en cada familia, y los varones del poblado al emanciparse tomaban una ascua para formar el hogar aparte.
   En la América antigua, Garonia era el dios del fuego solar, venerado por los pueblos iroqueses y hurones, que habitaban las tierras hoy limítrofes de Canadá con Estados Unidos. En este último país, las tribus de indios "mobiles", "chippewaes" y "natchez" mantenían el fuego sagrado permanentemente, al igual que los pueblos "moquis" y "comanches". Los indios "pieles rojas" o aborígenes de América del Norte, discutían los asuntos de Estado en los "fuegos del Consejo", que se consideraban sagrados y símbolo de libertad e independencia; los "sachem" daban tres veces la vuelta al fuego, procurando no darle nunca la espalda. En la mitología araucana, población de la parte meridional de América del Sur, Epunanum era el dios de la guerra, llevando con ella el fuego. En tiempos de los incas, los templos del Perú eran de gran magnificencia y solamente en Cuzco, había más de doscientas vírgenes vestales en los templos, que se consagraban al Sol en calidad de esposas y mantenían perpetuamente el fuego sagrado. Pachacamac era el símbolo del fuego y vivificador del mundo. Los aztecas, en lo que hoy es México, adoraban a Xiuhtecutli, dios del fuego y padre de la humanidad, cuya imagen en fuego se adoraba en todos los templos.


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