Antes de la llegada de los españoles a América, los nativos de los diferentes pueblos hicieron culto divino del fuego por considerarlo indispensable para sus vidas y como símbolo, le atribuyeron sentidos metafóricos.
En la América antigua, Garonia dios del fuego solar, era venerado por los pueblos iroqueses y hurones que habitaban las tierras hoy limítrofes del Canadá con Estados Unidos. En este último país, las tribus de indios “rnobiles”, “chippewaes” y “natchez” mantenían el fuego sagrado permanentemente, al igual que los pueblos “moquis” y “comanches”.
Los “pieles rojas” o aborígenes de América del Norte, discutían los asuntos de Estado e independencia y los “sachem” daban tres veces la vuelta al fuego, procurando no darle nunca la espalda. En la mitología araucana en tierras meridionales de América del Sur, Epunanum era dios de la guerra, llevando con él al fuego. En tiempos de los incas, los Templos del Perú tenían gran magnificencia y solamente en Cuzco había más de 200 vírgenes vestales consagradas al Sol en calidad de esposas y mantenían perpetuamente el fuego sagrado, siendo Pachacamac, símbolo del fuego y vivificador del mundo. Los aztecas, en lo que hoy es México, adoraban a Xiuhtecutli, dios del fuego y padre de la humanidad, cuya imagen en fuego se adoraba en todos los templos.
En épocas anteriores los pueblos mayas, incas y aztecas rivalizaron en las ofrendas de “sacrificios” humanos a sus dioses y el fuego y el cuchillo fueron los instrumentos. Según el historiador Woodrow Borah, a principios del siglo XV, se celebraban en México Central unos doscientos mil sacrificios anuales, en una población de 25 millones de seres, lo que equivalía al 1 por 100 del total. Borah justifica estas cifras por los millares de templos erigidos en el país, que precisaban de mil a tres mil sacrificios anuales, únicamente para cada uno de los templos mayores. Las incursiones guerreras aztecas, tenían como misión principal la captura de prisioneros para los sacrificios consistían en extraerles el corazón para ofrecerle al sol a Xiuhtecutli u otros dioses, mientras los cuerpos se entregaban al pueblo. Los sacrificios a los ídolos terminaron con la conquista española y Borali cita como testimonio las cartas de Hernán Cortés a Carlos V, y las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia y de Fray Francisco de Aguilar.
También los aztecas preconizaban ya, dos mil años atrás, la destrucción del mundo por una conflagración universal. Esta creencia se basaba de dividir el cosmos en cuatro edades: la del agua, tierra, aire y fuego. Esta última en el tiempo presente, en la que el fuego destruirá la Tierra y a todos los seres humanos que habiten en ella.
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