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lunes, 14 de julio de 2014

El fuego: (XII) El fuego en la Edad Media (2ª)


historia del fuego, incendios, extincion

   La piromancia, adivinación supersticiosa por medio del fuego, tiene su auge en una época convencida de que el año 1.000 marcará el fin del mundo. Las gentes andan revueltas por todas partes y muchos ni se atreven a salir de sus casas a medida que se acercan las fechas. De la resignación también se pasa a la incertidumbre y aparece una gran afición por la piromancia. Según la disposición de las llamas, su color, características de los humos y hasta el chisporroteo de los maderos al quemar, se consideraban signos reveladores.
   Las llamas largas de forma piramidal y sin humos, indicaban buenos presagios. Por el contrario, las llamas cortas y divididas se consideraban portadoras de funestos augurios. Después, cuando la piromancia se mercantiliza a partir del siglo XII como fórmula adivinatoria, se añaden polvos diversos al fuego como la pez, con objeto de dar más espectacularidad a las llamas, y mayor variedad en las predicciones.   Igualmente el fuego fue utilizado durante la Edad Media, para purificar atmósferas corrompidas por las epidemias, en épocas que supusieron hechos catastróficos. Así podía contemplarse en plazas, encrucijadas y otros lugares públicos del medievo, grandes hogueras para limpiar el aire contaminado por la pestilencia de enfermedades contagiosas y quemar ropas y enseres de los apestados.
   Una de las más graves epidemias fue la conocida con el nombre de "Peste de Atenas" en el año 429 a. de C., donde la población murió a millares y que paso a España, contagiada de los navegantes griegos que comerciaban con los pueblos del litoral mediterráneo.
   En el año 542 y, reinando Justiniano en Constantinopla, comenzó una peste en Péluse que se extendió a Italia, Francia y finalmente a España y durante cerca de medio siglo, causó estragos en todas partes. Entre los siglos XI y XV se registraron en Europa 35 epidemias con una media de persistencia de unos quince años y entre éstas, la más mortífera fue la “Peste Negra” o Peste de Florencia por ser allí donde comenzó. En 1348 la “Peste Negra” aparece en la península con los peregrinos que van a Santiago y por el puerto de Sevilla. En medio de una sociedad mayormente rural y desnutrida, la “Peste Negra” provocó en toda España tan elevada mortandad, que aún hoy no se ha podido evaluar sus verdaderos alcances, debido a la carencia de datos dignos de crédito.
   En los siglos siguientes, los incendios proliferan favorecidos por el tipo de construcción de la época; amontonamiento de casas, calles estrechas y tortuosas y materiales de fácil combustión, aunque en primer lugar por falta de prevención contra el fuego. Un sólo incendio destruye barrios enteros en pocas horas y sólo cuando el ladrillo comience a sustituir a la madera y, al tapial y en las coberturas de las casas se emplee la teja árabe, los incendios reducirán sus catastróficas proporciones.
   Un curioso remedio contra el fuego aparece en Valencia por el año 1250. Como el incendio continúa contemplándose como daño inevitable, se invoca la protección de la divina providencia trasladando al lugar del siniestro el Santísimo Sacramento en procesión, dando varias vueltas alrededor de la casa ardiendo. Esta práctica se generaliza a partir del siglo XIII en la mayor parte de ciudades españolas, e intervienen también imágenes y reliquias de santos de devoción más popular. En Barcelona y aún en el siglo XVII según las crónicas “Rubriques de Bruniquer”
   En el siglo XIV un refrán castellano rezaba así: “Las heridas que causa el hierro las cura el fuego”.
   Corren los tiempos de los cirujanos-barberos cuya audacia a se cruza con su ignorancia y tras rasurar una barba la emprenden con un sinfín de operaciones delicadas porque los médicos escasean. En campaña se cauterizan las heridas de arcabuz con aceite hirviendo porque está de moda considerar las heridas por arma de fuego, quemaduras emponzoñadas y el método adecuado es el mismo fuego. De esta forma tanto el aceite hirviendo, como el hierro al rojo vivo se emplean indistintamente para detener hemorragias y evitar infecciones. La cauterización con hierro candente es tan cruel como dolorosa y producían dolores atroces que causaban la muerte.
   El año mil se cree el fin del mundo y el terror al infierno se propaga por la meditación del Apocalipsis. La superstición se apasiona por la piromancia como forma adivinatoria y según el color, chasquido y disposición de la llama, son signos reveladores de buenos o malos augurios.
   En toda Europa se encendían hogueras "purificadoras" contra la peste y muchas veces se extendía el fuego peligrosamente. Las gentes se apresuraban a sofocar el incendio con cualquier cosa que tuviesen a mano, para que no aumentase la tragedia. 


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