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jueves, 12 de junio de 2014

El fuego: (XII) El fuego en la Edad Media (1ª)


historia del fuego, incendios, extincion

   La invasión de la Península por sucesivas oleadas de pueblos germánicos caracteriza el comienzo de época medieval. Al mismo tiempo que cambia el panorama histórico, se arruina la estructura administrativa romana y, toda manifestación de su cultura. Cesan o desaparecen las organizaciones de Hiffles en las ciudades y cuando la capital de España pasa a Toledo reinando el visigodo Leovigildo (571-586), hay un intento de dotar a esta ciudad de un cuerpo de vigiles que no llega a materializarse. A partir de aquí, la lucha contra el fuego quedará relegada al olvido, hasta transcurrir exactamente mil años.
   Por esta época, se dan en España los primeros brotes de feudalismo. La forma de vida visigoda de predominio rural favorece el sistema que con el tiempo hará disminuir el poder real, beneficiará la nobleza y, en otro aspecto representará una peculiar visión de enfrentarse a las calamidades públicas, entre en las que el incendio será la más frecuente. El hombre observará el fuego desbordado como un daño inevitable y, contemplará la destrucción con signo fatalista, sin hacer absolutamente nada para remediarla. El convencimiento de la inutilidad de todo esfuerzo en combatir el fuego, se patentiza en casos muy específicos, como el del gran incendio de Barcelona en julio del año 985. Durante tres días y sus noches, la ciudad ardió por los cuatro costados y aunque la población se mostró pasiva, convencida de que nada podía hacerse para atajar el fuego, hubiese sido posible evitar la total destrucción de la ciudad. En unos documentos del año 989. Cuatro años después de la tragedia y referente a la venta de unas propiedades, se hacía constar lo siguiente: "...in suapotestate quando Barquinora interit..." que significaba "cuando Barcelona murió".
   En los primeros tiempos del cristianismo, fue muy venerado en España, san Juan Crisóstomo, padre de la Iglesia y por su elocuencia (347-407). Era tan entusiasta de la lucha contra el fuego, que muchas veces olvidando el carácter espiritual de sus pláticas en el templo, mezclaba consejos de prevención contra incendios: "...el cubo de agua no debe lanzarse al fuego con ímpetu pues muchas veces sólo se consigue esparcir las llamas. De la misma forma si alguna vez nos rodea el fuego lo primero que hay que hacer es apretar los labios, pues se resiste el fuego más tiempo que si tenemos la boca abierta…
   La Edad Media se caracteriza por toda una época insegura de circunstancias adversas, que hacen mella en la propia seguridad de la existencia. Son tiempos difíciles en que las guerras, continuas, la miseria y la peste, dan golpes de ciego por toda Europa. La ignorancia y la superstición determinan ahora conductas y no es de extrañar que para explicar la peste, el hambre o el incendio, se recurra a la mala reputación de Marte, que el alumbramiento de una criatura deforme o monstruosa y, un parto de más de dos gemelos, se crea obra de ayuntamientos bestiales o diabólicos y que resurja el uso de talismanes o amuletos junto a la brujería. Cualquier fenómeno meteorológico destacado, se ve portador de funestos presagios y la peste que de una parte a otra asola a España, es obra de endemoniados que embrujan las aguas. La mirada sobre un tuerto, el aullido de un perro en la noche, el vuelco del salero, los cuchillos cruzados y el grito de la lechuza, son signos de desgracia. Al fuego se le atribuyen virtudes adivinatorias, purificadoras y de exorcización de malos espíritus y sus prácticas mágico-religiosas vigorizan el acto con sólo añadir leños a la lumbre.
   Tanto el incendio como las epidemias, van al encuentro del hombre en la Edad Media.
   A principios del siglo XIV, la tosferina hace estragos en Asturias y en las iglesias, la tos de los afectados no dejaba escuchar los sermones en los oficios. Casi por la mismo época, en Madrid la peste producida por una variedad de infecciones provocaba tantas víctimas que a todas horas se veían entierros por los calles, e incluso se prohibió los avisos de defunción por parte de los pregoneros. Al llegar la noche, las gentes encendían fogatas ante sus casas, para limpiar la atmósfera y ahuyentar así la peste.


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