El incendio de Roma aguza el ingenio a otros. Un joven centurión llamado Marco Julio Arpino de la legión IV Macedonia y de guarnición en Cantabria, conoce en Caesaraugusta (Zaragoza) a una joven de la ciudad, Marcia Faventina. Se licencia de la milicia y se casa con ella. El padre posee un taller de calderería, pero Marco se cansa pronto de las estrechas paredes del obrador y decide emanciparse. El incendio de Roma tres meses antes y el fuego ahora en la casa de un vecino, le proporcionan la idea. La casa ha quedado medio derruida pero está bien situada, el vecino la abandona y Marco la compra por poquísimo dinero, luego con otro poco prestado la restaura, la vuelve a vender y obtiene un beneficio.
Así empieza un negocio que con el tiempo hará rico a Marco Julio Arpino, pero como no hay incendios todos los días en Caesaraugusta, Marco marcha en busca de nuevos horizontes. De esta forma ramifica su negocio hacia Tarraco, Barcino, y más tarde a Hispalis, Córduba, Eméritaugusta y más allá hasta Scallabis (Santarem) situada en Portugal. De esta forma, el antiguo centurión se hizo notoriamente rico con este ingenioso negocio de incendios. Finalmente ya adinerado, embarca con su familia hacia Roma, con objeto de proseguir su negocio en la capital del Imperio.
Trajano emperador (98-117) había nacido en la ciudad de Itálica en Hispania, al igual que Adriano su hijo adoptivo que le sucedería como emperador. Trajano había sido el mejor general de su tiempo y cuando gobernó lo hizo con acierto y firmeza, mereciendo el sobrenombre de "Padre de la Patria". Sin embargo, como español fue muy romanizado y tuvo muy poco en cuenta sus orígenes.
Años más tarde, un voraz incendio destruye el teatro romano de Mérida. Adriano, emperador (117-138) nacido en Roma pero hijo de españoles (su madre gaditana) y con más afecto por los asuntos de España que su antecesor Trajano, ordena reparar el teatro de Mérida, construido en 18-16 a. de C. siendo cónsul por tercera vez Marco Agrippa, tal como puede leerse aún hoy en una inscripción. Perfecciona los Cuerpos de vigiles y los proporciona a aquellos Municipios que aún no los poseían. De esta época, ciudades menores como Hispalis (Sevilla), Cartago Nova (Cartagena), Illerda (Lérida), Gades (Cádiz), Lucus (Lugo), Astigi (Ecija), Asturica (Astorga), etc., disponen ya de vigiles o bomberos.
Estos servicios estaban a cargo de los respectivos municipios, a su vez bajo la jurisdicción del gobernador de la provincia. El gobierno municipal era regido por los "comicios" o asambleas de ciudadanos reunidos por "curias". La "curia" o "senado" municipal, estaba a su vez formado por "decuriones" en número variable según la importancia del municipio. Entre las actividades administrativas propias de los bomberos figuraba la confección de un informe semestral con la relación de los servicios efectuados; Causas y naturaleza de los mismos y si eran “directus” o "indirectus" fuesen incendios o servicios varios. Este informe era entregado por el Prefecto a uno de los magistrados duumviri y una vez enterados éstos, se elevaba al gobernador. Los bomberos hispánicos, no sólo tenían la ciudad bajo su jurisdicción, sino que la civitas también comprendía una extensión de territorio circundante o próximo, aunque en los incendios forestales, la extinción de los mismos quedaba descartada.
Los bomberos hispanorromanos prestaban infinidad de servicios, algunos poco acordes con la idiosincrasia profesional. Casi al final de la dominación romana, se hallan vigentes en Hispania servicios del más variado signo; represión de la mendicidad, recaptura de animales que se transportaban desde Roma para las fiestas en los anfiteatros y que lograban escapar de sus jaulas, etc., son servicios tan adicionales como poco profesionales. En Roma esto no sucedía.
En cierta forma, los bomberos participaban también en las actividades de la religión. El romano, pueblo piadoso, era consciente de la intervención en todos los conceptos de la vida, de fuerzas superiores y distinguía de los dioses, aquellos procesos de la Naturaleza que por su carácter insólito, perturbaban las relaciones de los hombres con la divinidad. El incendio era uno de ellos, al igual que tormentas, terremotos, inundaciones y volcanes. Las épocas de calamidad pública, eran seguidas por acciones especiales en el culto, celebrándose rogativas públicas (supplicationis) acompañadas en ciudades mayores por los bomberos y cuando finalizaba el tiempo aciago, se ofrecían sacrificios en acción de gracias (gratulationis) y a menudo se unían votos.
Hacía la segunda mitad del siglo III, un periodo de anarquía militar ensombrece el Imperio. Pocos años después, sucesivas invasiones de francos y alemanes provocan crisis sociales de importancia. En España, estos invasores que penetran por los Pirineos, saquean e incendian a su paso. Algunas ciudades vuelven a resurgir penosamente. En el año 409, otros pueblos germánicos; alanos, suevos y vándalos invaden nuevamente la península por el Pirineo Oriental recorriendo todo el país a través de las magníficas vías romanas y arruinando en todas partes las estructuras sociales de Roma.
Tras estas hordas, llegan los godos como aliados de los romanos y al mando de Ataulfo, ocupan la Tarraconense, más tarde convierten a Barcino en su centro y corte. Sustituyen a las escasas legiones romanas de este período y ponen fin a la anarquía que impera. En 476 d. de C. los visigodos se establecen definitivamente en Hispania.
El Imperio Romano de Occidente muere también en Roma. Su último emperador (476) es Rómulo Augústulo, destronado por el bárbaro Odoacro.
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